EL PATIO AZUL

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Friday, April 20, 2007

SECRETOS DEL TUNEL El libro que desenmascara a Fujimori y que lo condena como un homicida.



Es el libro que presentará este domingo el acucioso periodista Humberto Jara Adelanto. Fragmento exclusivo del nuevo libro de Umberto Jara. El libro pone al descubierto los crímenes extrajudiciales que se cometieron en el periodo del dictador Fujimori. A continuación la reproducción de parte del libro que Jara cediera como primicia al diario Perú 21.
Secretos del túnel (editorial Norma) relata pasajes hasta hoy inéditos del largo cautiverio que soportaron 72 rehenes durante el secuestro en la residencia del embajador de Japón en Lima, que terminó con el heroico operativo de liberación, por parte de las Fuerzas Armadas, el 22 de abril de 1997. Diez años después, Umberto Jara presenta una historia en la que confluyen la violencia y el drama de esos días con el humor, a veces involuntario, con el que actuaban los protagonistas de un episodio que mantuvo en vilo al país. Más allá de la gesta militar, Jara presenta evidencias que abonarían a la extradición de Alberto Fujimori: la existencia de dos contingentes, el primero militar, a cargo de las acciones tácticas y compuesto por 142 comandos que actuaron dentro de la ley, y otro pelotón clandestino cuya tarea era la eliminación de cualquier emerretista que pudiera sobrevivir al asalto.
Cosechando lo ajeno. A la medianoche de la estremecedora jornada de rescate, una jornada con balas y muertes, pero también con reencuentros y sonrisas, Alberto Fujimori cenó en el restaurante Valentino en compañía de su primer ministro, Alberto Pandolfi; del ministro de Educación, Domingo Palermo, y del ministro de Economía, Jorge Camet.
Dos horas antes había sostenido una larga conversación telefónica con el primer ministro japonés, Ryutaro Ha-shimoto, a quien le ofreció disculpas por no haberle avisado de la decisión tomada. "No lo hice -le dijo- porque era fundamental el factor sorpresa, le pido que me entienda y me disculpe". Ha-shimoto le alivió su conflicto de súbdito diciéndole: "En su lugar yo habría hecho lo mismo, lo importante es que no hubo una sola víctima japonesa". Esa frase, "ni una sola víctima japonesa", tenía un significado: la carrera política de Hashimoto estaba a salvo, podía dar una noticia de victoria y seguir en el cargo de primer ministro.
Los réditos de esa noche, que tanto lo ayudarían en lo que quedaba de su gobierno, Fujimori los seguiría cosechando años más tarde, especialmente en noviembre de 2000, cuando fugó del Perú rumbo al Japón. En el momento en que arribó a Tokio, Ryutaro Hashimoto era ministro de Reforma Administrativa y Asuntos Territoriales, y Masahiko Komura -vicecanciller y emisario del Gobierno japonés durante la crisis de los rehenes- ocupaba el cargo de ministro de Justicia, despacho ante el cual Fujimori solicitó y obtuvo el providencial amparo de la nacionalidad japonesa para refugiarse en departamentos de lujo ubicados, primero en Akasaka y, luego, en Meguro, ambos barrios exclusivos de Tokio.
Vivió gozando del prestigio de la hazaña del rescate de los rehenes, dio conferencias y entrevistas y recibió la miel de los aplausos y las simpatías, pero olvidó que existe una regla imposible de cambiar: nada queda oculto para siempre.
Aquella tarde del 22 de abril de 1997, cuando los comandos de la Patrulla Tenaz culminaron con éxito su tarea militar, un destacamento de infiltrados, compuesto por esbirros del Servicio de Inteligencia Nacional, ingresó a la residencia para ejecutar una tarea similar a otras que, en años anteriores, al igual que en esta ocasión, autorizó Alberto Fujimori en uso de su doble poder de presidente de la República y jefe supremo de las Fuerzas Armadas.
El episodio generó confusos informes periodísticos al igual que investigaciones poco rigurosas, distorsionadas por el interés de la venganza política que, al final, terminaron por favorecer la impunidad del ex gobernante peruano. Pero los hechos siguen ahí, incólumes, esperando el momento de la rendición de cuentas.

Testimonio del Suboficial de la Policía Raúl Robles Reynoso. "Cuando se inicia el operativo, me encontraba de servicio en la casa Nro. 1 y, cuando se inició la operación (primera explosión) estaba en la terraza observando la parte posterior de la residencia del embajador y, al ver que una columna de rehenes se dirigía al by pass de mi punto (pequeño túnel de la casa Nro. 1), bajé al jardín donde se encontraba la entrada para recibir a los rehenes, quienes en su mayoría tenían rasgos orientales, y uno de los terroristas sale del túnel cogido del brazo con uno de los rehenes de rasgo oriental. Entonces, un rehén de edad aproximada cuarenta y tres años, con barba abundante y crecida, entrecana, así también su cabello, estatura aproximada 1.75 m, contextura gruesa, con brazos velludos, vestido con polo claro, me hizo una serie de señales y ademanes sindicando al supuesto rehén que tenía un polo verde petróleo (era el único que tenía polo de color verde petróleo y era el mismo que había ingresado cogido del brazo de otro rehén) y que era un supuesto terrorista.
Cuando esta persona ve que la estaban sindicando, quiere huir hacia el interior de la casa Nro. 1, motivo por el cual lo intervine reduciéndolo y poniéndolo en posición de cúbito dorsal en el jardín de la casa Nro. 1. En ese momento, comenzó a balbucear indicando que nos podía informar dónde se encontraba el resto de camaradas y qué planes posteriores tenían; asimismo suplicó por su vida, por lo que le dije que no temiese, que allí no le iba a suceder nada, dando cuenta inmediatamente a través de la radio a mi jefe inmediato, que era el teniente coronel ZAJ. Le di cuenta del capturado y me indicó que me mantuviera en espera, que iba a mandar a recogerlo al capturado, en unos instantes, que no le hiciera nada. Después de unos cinco minutos, ingresa un comando a la casa Nro. 1 por el túnel del jardín y le entregamos al emerretista capturado, este comando lo hizo regresar por el túnel hacia el interior de la residencia.
El emerretista hizo resistencia, pero el comando, a viva fuerza, se lo llevó. Nunca más volví a verlo. Yo pensaba que este emerretista capturado iba a ser presentado a la opinión pública como un prisionero, para después ser interrogado o que brindara información valiosa; sin embargo, para mí fue una sorpresa ver en el noticiero que todos los emerretistas habían muerto en combate, quedándome callado sin dar cuenta a nadie por temor a alguna represalia del sistema".
El testimonio coincide con la manifestación efectuada por el suboficial de la Policía Nacional Marcial Teodorico Torres Arteaga. Ambos detuvieron a Eduardo Nicolás Cruz Sánchez, Tito, porque integraban el grupo de policías designados para brindar seguridad perimétrica a la casa Nro. 1, ubicada en la calle Marconi 255. Su jefe inmediato era un teniente coronel que se hacía llamar ZAJ por la sigla resultante de sus apellidos y de su nombre.
Fueron testigos del episodio de la detención de Tito los vocales de la Corte Suprema Moisés Pantoja, Luis Serpa, Alipio Montes de Oca y Hugo Sibina; el viceministro de Justicia, Carlos Tsuboyama, y el coronel de la Fuerza Aérea José Garrido Garrido; además de los japoneses Hidetaka Ogura, Hiroyuki Kimoto, Fumio Sunami, Haruo Mimura, Jaime Nakae, Katsumi Itagaki, Hideo Nakamura, Hiroto Motozumi, Sinji Yamamoto, Masami Kobayashi y Yoshiaki Kitagawa. El subversivo vestía un polo verde oscuro, pantalón corto oscuro, zapatos de color marrón sin medias, y no portaba ningún arma porque fue revisado por los policías antes de amarrarle los brazos con una correa.
Asimismo, el testimonio del policía Torres Arteaga agrega un dato que no es menor: "Se encontraba presente el técnico del Ejército Tullume, quien se presentó como 'Bill', quien se encontraba filmando todo lo sucedido en el interior de la casa Nro. 1 y en los jardines, lugar donde se encontraban los rehenes y el emerretista reducido".
Aquel extraño camarógrafo era Manuel Tullume González, quien fue destinado, en 1992, al Servicio de Inteligencia Nacional y se convirtió en asistente personal de Vladimiro Montesinos, con tanta confianza y cercanía que el 24 de setiembre de 2000, cuando Montesinos partió rumbo a su intento de asilo en Panamá, sus dos acompañantes fueron: su amante, Jacqueline Beltrán, y su asistente, Manuel Tullume González.
Cuando se frustró el asilo, retornaron un mes después al Perú en una aeronave que aterrizó en la base aérea de Pisco. De inmediato, se dirigieron a la cercana base militar El Polvorín, para reunirse con un misterioso personaje, el coronel Jesús Zamudio Aliaga.
De allí partieron en un helicóptero con destino a las instalaciones de la Aviación Militar en Chorrillos, donde fueron recibidos por el lugarteniente de Montesinos, el coronel Roberto Huamán Azcurra.
Todos estos individuos aparecen en los archivos fotográficos ingresando, la tarde del 22 de abril, a la residencia una vez concluido el rescate. Tullume fue el camarógrafo que registró, entre otras escenas, el momento en que Fujimori desfila ante el cadáver de Néstor Cerpa. La cercanía y confianza que le tenían a este hombre se evidencia aun más con otro dato: en la fuga final de Montesinos hacia Venezuela, Tullume fue uno de sus acompañantes a bordo del yate Karisma, que zarpó del Yacht Club de La Punta en la madrugada del domingo 29 de octubre de 2000.
Un modus operandi. Lo que ocurrió fue un símil del 'Operativo Mudanza 1', iniciado en la madrugada del 6 de mayo de 1992 para debelar un motín de Sendero Luminoso en el penal de Lurigancho. Aquel fue un episodio cruento que duró cuatro días y, una vez concluido el operativo policial, ingresó al pabellón senderista un pelotón clandestino de militares, disfrazados de policías, con la misión específica de ultimar a 13 cabecillas fundadores del grupo terrorista.
Fue una acción planificada como parte de la estrategia del gobierno de Alberto Fujimori para combatir el terrorismo con la llamada guerra de baja intensidad, es decir, la eliminación clandestina del oponente.
Años después, el 22 de abril de 1997, en la tarde del rescate de los rehenes, ocurrió una situación similar porque continuaba vigente la misma estrategia. Cuando los comandos de la Patrulla Tenaz terminaron su misión de liberar a los rehenes, un destacamento de infiltrados se desplazó por el túnel corto con salida al jardín posterior de la residencia.
Eran miembros del llamado Escuadrón de Seguridad Júpiter, la tropa clandestina que operaba desde el Servicio de Inteligencia en labores de seguridad para Vladimiro Montesinos y en la ejecución de diversas tareas ilegales.
El escuadrón llegó a tener 200 hombres y operó desde 1994 hasta el ocaso del régimen, ocurrido en el año 2000. Se subdividía internamente con denominaciones distintas -Cobra, Omega, Roma-, de acuerdo con sus tareas específicas, y sus integrantes eran todos efectivos policiales comandados por tres militares de absoluta confianza de Montesinos. Veinte efectivos de este escuadrón clandestino ingresaron a la residencia japonesa con la misión específica de repasar a los emerretistas y ultimar a cualquier sobreviviente. Esa es la razón por la cual varios de los emerretistas, ya muertos en combate, aparecieron en las autopsias con varias perforaciones de bala en las cabezas.
Fue este el personal que ejecutó al único sobreviviente, Eduardo Nicolás Cruz Sánchez, Tito.
Las evidencias sobre la participación de este destacamento clandestino son varias y concretas. El pelotón que ingresó no formaba parte del contingente de comandos que llevó a cabo el rescate; tampoco participó en las coordinaciones del operativo, y a diferencia de los 142 comandos de la Patrulla Tenaz que utilizaron cascos verdes, los hombres que salieron por un túnel cuando todo había concluido utilizaron pasamontañas negros que les ocultaban el rostro y carecían de cascos porque, evidentemente, no necesitaban esa protección pues la acción armada había concluido.
La unidad denominada Los Nazis, integrante del Escuadrón Júpiter, estuvo a cargo del control perimetral de la residencia el día del rescate, y los dos policías que capturaron con vida al terrorista Tito pertenecían a dicha unidad. Los rastros inconfundibles del Servicio de Inteligencia aparecen, además, las escenas captadas por la prensa en las que se ve a individuos portando cámaras filmadoras -actividad que ningún comando realizó- así como la inocultable presencia de dos personajes del entorno de Montesinos, el entonces teniente coronel EP Roberto Edmundo Huamán Azcurra y un sombrío teniente coronel EP apodado ZAJ: Jesús Zamudio Aliaga.
 

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